El sistema de reacciones es algo inherente al ser humano. Todos en algún punto, en mayor o menor medida sostenemos un sistema que nos permite vivir en un equilibrio psíquico, que nos hace sentir confortables reaccionando a las cosas que sentimos que nos suceden.
Ese mismo sistema de reacciones es el que utilizamos para manejarnos por la vida. Inconscientemente vamos por nuestro camino comparando constantemente todas aquellas cosas que percibimos a nuestro alrededor con patrones de creencias en nuestra mente. De esa forma es que evaluamos una situación en cuestión de milésimas de segundos. Inconscientemente lo que estamos percibiendo a través de nuestros sentidos provoca una reacción emocional que nos lleva a lo que nosotros desde nuestra mente consciente sentimos como una reacción, como nuestro carácter y forma de ser.
Frente a una determinada situación podemos sentir una combinación de diferentes emociones: ira, injusticia, vergüenza, miedo, asco, abandono, vértigo, rechazo, etc. Nuestras reacciones pueden ser tantas y tan diversas que muchas veces terminan siendo distintas a las de otras personas frente a la misma situación. Las combinaciones son infinitas. Eso es lo que nos hace diversos como seres humanos y nos enriquece. Sin embargo, siempre queda esa pregunta. ¿Por qué es que reacciono de esta manera?. Es allí donde la conciencia de nuestra identidad biológica inconsciente se vuelve crucial.
Como seres humanos tenemos algunas reacciones que tienen que ver con lo netamente biológico, y otras que tienen que ver con cuestiones aprendidas o heredadas. Para comprenderlo mejor veamos algunos ejemplos: Si repentinamente te encontraras con un predador frente a ti, será algo absolutamente natural y comprensible que sientas miedo. Se activará inmediatamente en tu organismo un sistema arcaico, proveniente de toda nuestra evolución biológica como animales que nos pondrá en un esquema básico de “Lucha o Huida”. Nuestro cuerpo biológico y nuestro cerebro más primitivo han aprendido a través de los miles de años de evolución que esa es la respuesta que dio como resultado supervivencia en más cantidad de oportunidades. Y como nuestra biología ha sobrevivido al repetir aquello que ha dado como resultado vida y evitar aquello que nos ha provocado muerte como especie, es que ha desarrollado un intrincado sistema de respuestas biológicas y emociones psicológicas asociadas, de forma tal que nos aseguren continuar existiendo. En ese instante de percibirnos amenazados nuestro cuerpo segregará una cantidad importante de adrenalina, hará que nuestros pulmones comiencen a respirar más rápido, agitará nuestro corazón y dispondrá la mayor cantidad de energía que tengamos para que esa “amenaza” pueda ser combatida o eludida. Quizás también sintamos que nuestras manos nos transpiran que es un recurso natural que vuelve nuestra piel más resbaladiza para poder escapar más fácil (desde nuestro recuerdos más básicos de memoria de pez) o incluso que nuestras piernas se vuelven más flojas (para una reacción más rápida y menos rígida). Todos nuestros recuerdos de memoria animal se activan para “salvarnos la vida”.
Comprender y tomar consciencia de cómo reaccionó físicamente nuestro cuerpo frente a este tipo de situaciones en nuestra vida nos permitirá ser conscientes de cómo lo hacemos frente a otro tipo de situaciones. Imaginemos ahora que quien está frente a ti no es un predador real. Es un predador simbólico. Podemos visualizar entonces a un asaltante con un arma en su mano. Ante la primera percepción de esta situación, nuestro cuerpo buscará en los primeros milisegundos la memoria de aquello que sea más parecido a esa situación en sus reacciones inconscientes. Instantáneamente entrará en el programa de “Lucha o Huida” que mencionamos más arriba sin importar la diferencia entre un predador real y otro ser humano con un arma en la mano (predador simbólico).
Pero te invito a que llevemos el caso más allá aún. Imagina ahora que quien está delante tuyo es tu jefe, o un policía, puede ser tu maestro, o tu padre. En conclusión puede ser cualquier persona que esté delante tuyo en ese momento y pueda hacerte sentir amenazado. Antes de que puedas darte cuenta, tu reacción inconsciente será la misma. Podrás percibirlo a medida que vayas conectandote más y más con tu cuerpo, haciéndote más consciente, prestando atención a todas esas reacciones biológicas que innegablemente te muestran que tu cuerpo ya comprendió inconscientemente la situación y está en este programa de reacción.
Se tiene la errada ilusión de que las reacciones de este tipo pueden controlarse. Lo cierto es que son tan rápidas que se producen en cuestión de milésimas de segundo. Tan solo un segundo después puede que tu mente consciente quiera tomar control de la situación, pero para ese momento nuestro cuerpo ya está en manos de nuestra reacción inconsciente y con una marejada de secreciones hormonales que probablemente condicionen tu mente.
A partir de allí se produce el intento de control por parte de la mente consciente sobre la situación. En realidad lo que sucede es que comenzamos a luchar desde nuestra mente racional por gestionar el impacto de esa emoción. Sabemos que nuestra mente es inmensamente poderosa y que nuestro pensamiento es lo que nos diferencia de algún modo con ciertas reacciones puramente instintivas. Pero ¿Cuánto podemos controlar esa emoción biológica cuando estamos inundados por adrenalina, cortisol, histamina, y muchas otras hormonas que alteran nuestro pensamiento racional?
Se dice a nivel científico que el impacto de un acto estresante es biológicamente breve. Aprendamos observando a los animales y su reacción por ejemplo. Un perro se encuentra con otro frente a frente en la calle. Por cuestiones de territorio se gruñen, ladran, se desafían. Incluso pueden pelearse. Tan solo unos minutos luego de que esa disputa se resolvió (por éxito de uno o huida del otro) podemos observarlos como continúan su camino cada uno por su lado haciendo caso omiso a la memoria (ira, rencor, venganza, desvalorización, etc) que ese evento pueda haber dejado en el mediano plazo.
En cambio, imaginemos dos hombres disputando un lugar en el estacionamiento, una riña de carretera, un choque de automóviles, o algo similar. Las maneras sociales seguramente harán que esa riña se dé a través de insultos, empujones, u otros tipos de violencia. Luego de esa riña, muy probablemente uno de ellos continúe por días, meses o incluso más tiempo, con sentimientos y emociones puramente mentales sobre la otra persona. Claramente esa persona sintió en su inconsciente que no pudo defender su territorio como hubiera deseado y ese pensamiento quedó rumiando en su cabeza.
Socialmente nunca nos es permitido reaccionar instintivamente. El costo de nuestra vida socialmente correcta implica saber comportarnos y diferenciarnos de los animales desestimando el costo emocional que esto pudiera acarrear.
Es importante en este punto comprender que una de las emociones más fuertes del ser humano está relacionada con la necesidad de “pertenecer” a una manada. Está inscrita en nuestras raíces más instintivas provenientes de nuestra historia de miles de años de evolución. Podemos verlo reflejado en cualquier documental sobre vida salvaje y notar que las presas más propensas a ser capturadas por los predadores son aquellas que se alejan de la manada, las que osan estar por fuera del grupo. Queda marcado entonces en nuestro inconsciente ese mandato de sentirme parte (y de esa forma “amparado”) por un grupo de pertenencia.
Frente a la necesidad de expresar una emoción básica contra alguien que nos ataca, se produce entonces este dilema que muchas veces puede ser motivo de gran estrés. ¡¡ Cuánto más fuerte si quien siento que me ataca es quien supongo en mi sistema de creencias que me tiene que proteger !!
Muchas personas resuelven esto desde la meditación, el desapego y la anulación del deseo. Es un camino válido que en ocasiones funciona. Sin embargo suele contradecir nuestra esencia biológica. En ese sentido no debemos perder de vista nunca que somos seres biológicos que venimos a experimentar una consciencia espiritual y no al revés. Si la meditación y el desapego no funcionan, nos cuestan mucho, o lo sentimos como un eterno sacrificio quizás sea buena idea prestar atención a otras formas de ver la misma realidad.
La propuesta desde la Bioexistencia Consciente va mucho más allá. No solo trabajamos estas historias de forma tal que podamos resolver el conflicto de estrés (sin tener que necesariamente pelear con mi familia) sino que buscamos comprender y sanar la forma en que creamos estas realidades a nuestro alrededor. Desde la consciencia plena de que cada cosa que nos sucede en la vida tiene un sentido y forma parte de lo que estoy creando con un propósito superior, para salvarme la vida. Podemos trabajar las creencias desde las cuales creo mi realidad. El por qué siento consciente o inconscientemente que está realidad me está salvando mi vida o está conservando el clan.
Ese es el regalo que cada síntoma, físico o en mi realidad, cada emoción que me saca de mi eje viene a traerme.
En cada enojo, en cada juicio, en cada ocasión donde percibimos que nuestra realidad nos supera, ya podemos ir pensando que un camino para trascender ese momento puede pasar por la Bioexistencia Consciente.
Te invitamos a que juntos encontremos el mensaje maravilloso que ese mal momento trae a tu vida